La idea de dejar a todo el mundo atrás durante más de veinte días era, como mínimo, difícil. Empecé a tener dudas sobre el hecho de viajar solo durante tantos días, tan lejos de casa. ¿Debía irme después de todo, o debía quedarme? Sabía en el fondo de mi alma que si me quedaba, nunca me perdonaría haber perdido la oportunidad de hacer este viaje único en la vida. Así que, tras casi un día entero de retraso, a las 19h30 me subí a mi Pan America y empecé a vivir los mejores momentos de mi vida.
Cuando regresé, 24 días y casi 12.000 km después, había cruzado Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega. Había rodado entre niebla, viento, lluvia, tormentas y sol. Había sentido frío, calor, miedo, hambre y fatiga, pero también había derramado lágrimas de alegría. Había vivido muchas emociones y sentimientos, ¡pero sentir es estar vivo!
Muchos recuerdos de ese viaje se quedarán conmigo para siempre. ¿Cómo podría olvidar rodar por la famosa B500 que atraviesa la Selva Negra en el sur de Alemania? Esperaba una pequeña carretera lenta y me sorprendió descubrir que, en cambio, era una carretera rápida ideal para el pilotaje deportivo, que aproveché activando el modo de pilotaje “Sport”. El mayor empuje del motor fue instantáneo y sentir los cambios de inclinación a izquierda y derecha siguiendo la carretera fueron sublimes. Disfruté de todos y cada uno de los metros de la ruta. Hasta ese momento había tenido que rodar principalmente bajo la lluvia, ¡así que puedo decir que cada rayo de sol en esa hermosa carretera era pura felicidad!
Por fin llegó el 11 de agosto, junto con el destino de mi viaje: ¡Nordkapp estaba ya a la vista! Este momento quedará marcado para siempre en mi memoria. Había llegado a la 1h30 de la madrugada, tras lo que me pareció una trayecto desesperadamente lento a causa de la niebla: no podía ver más de tres metros delante de mí. De repente, ahí estaba: el famoso cartel a mi derecha y, un poco más allá, el monumento del globo terráqueo al borde del acantilado. La sensación de estar por fin allí fue muy intensa. Me cayeron lágrimas de felicidad, y mis gritos de alegría desde el interior de mi casco solo se vieron atenuados por el espesor de la niebla. Me quedé allí un rato, en completo silencio, y fue surrealista ver como seguían llegando otros motoristas a este lugar de peregrinación a tan altas horas de la noche, cómo fantasmas de la niebla. ¡No era el único loco!
Me quedé un par de noches en la isla de Magerøya, donde se encuentra el Cabo Norte, disfruté conociendo a la gente local y a todos los demás motoristas llegados de todos los rincones de Europa para después comenzar mi viaje de vuelta a lo largo de la hermosa costa noruega. |